Una -muy breve- reseña: “El gran pez” cuenta en paralelo -en dos caminos distintos y a la vez complementarios- los últimos días de la vida de Edward Bloom y los racontos fantásticos de su vida. Su hijo Will, cansado de la absoluta ficcionalidad de las historias de vida de su padre, se aleja de él y sólo regresa cuando éste enferma; intentando conjugar la fantasía con los hechos reales de la vida de su padre, y en consecuencia, los de su propia niñez. La ventaja de saber: Un fantasioso raconto nos conduce hasta la infancia de Edward Bloom, personaje principal de “Big Fish”. Allí un grupo de niños en un comienzo valientes, observan en el ojo de cristal de la bruja del pueblo la forma exacta en que han de morir. Todos huyen salvo nuestro protagonista, que astutamente sentencia algo así como lo siguiente: -“Quisiera ver yo también su ojo. Conocer el modo de mi muerte, puede ser una gran ventaja, pues sabré de qué otros tantos modos no moriré”. Fantasía o realidad, lo mismo da. Conocer hace del joven Bloom un inmortal en potencia. Puede cruzar un bosque repleto de arañas saltarinas sin temor a morir en el intento, enfrentar a un gigantón ofreciéndose como su cena, vacacionar en el paraíso de los muertos y huir de allí, hasta emprenderse en una riesgosa misión bélica, y minutos antes de saltar del avión con su paracaídas en medio de Corea, sonreír y guiñarle el ojo al gruñón capitán de guerra. Todo porque sabía algo más que los de su alrededor. Bloom tenía el poder del conocimiento. Ello lo volvía casi inmortal, casi un dios. Todas aquellas potencialidades caben en la fantasía. Y aquella es la vida que Edward decidió vivir. Ya viejo, ya enfermo, ya conocida la caducidad de la “vida eterna”; Edward le dice a su hijo (de regreso tras un largo tiempo en que han estado distanciados), que aún no ha llegado la hora de su muerte. El más joven de los Bloom, retruca: Entonces, ¿cómo es que sucede? El moribundo balbucea: –Es un final sorpresa , y no quiero echártelo a perder”. Relatividades. Protágoras, filósofo griego del siglo V a.c., en su tesis más conocida sentenciaba: “El hombre es la medida de todas las cosas.” ¿Qué hay entonces, con esto? Lo que hay es relatividad: Protágoras estaría diciendo que lo que a mí me parece frío es frío, por más que a otro le parezca caliente. Si llevamos esto al orden moral, las consecuencias serían atroces. Pero cabe otra interpretación: aquella que habla de un relativismo social, en el sentido que aceptamos que es verdadero lo que en nuestra sociedad es aceptado como verdadero. Bueno, y ahora “El gran Pez”, ¿qué culpa tiene en todo esto? Edward, adolescente, adolece: su cuerpo crece a pasos agigantados. Postrado en una cama, su única actividad es la lectura de una enciclopedia universal. Allí aprende acerca del pez Carpa que en una pecera se mantiene pequeño, pero si lo pones en el río, crece dos, tres o cuatro veces su tamaño. Luego más grande, ya popular, ya trascendiendo a su pequeña aldea americana, Bloom se enfrenta al gigante que llora su inmensa desgracia desproporcionada: -¿Has pensado que quizá no es que seas demasiado grande, sino que este pueblo es demasiado pequeño? Para mí también lo es. Estamos hablando del tamaño del alma, del espíritu. Bloom emprende un viaje junto al gigante, abandonando la pecera, volcándose al río que le permite “ejercer su relatividad a piaccere”. El pez más grande del río alcanza su tamaño porque no se deja pescar. La perdida inocencia. De niño, cuando subía junto a mi hermana en el ascensor del edificio, ella me decía casi jurándolo, que si dejaba oprimido el botón del piso al que íbamos, el artefacto viajaría considerablemente más rápido. Eso hicimos siempre, conociendo la mentira, aunque en algún momento del viaje nos convencíamos que nuestro método era realmente efectivo. Pero luego llegan las tristezas y eso que creemos que es la madurez: olvidar los juegos y la fantasía. Conocemos la guerra, no alcanza la plata para comprarse zapatos, nos abandona la mujer de nuestros sueños. Entonces olvidamos la fantasía que de niños utilizábamos casi como único recurso de vida, sin proponérnoslo. Aquello no parece ocurrirle a Bloom: el mundo se detiene cuando encuentra en un circo a la mujer de sus sueños. Pero todo vuelve a andar muy rápido, ella desaparece en esa velocidad, y para ello Bloom trabajará en aquel circo de un pequeño déspota, sólo para conocer más datos acerca de su huidiza amada. Entonces el motor de la fantasía será el amor. Aquella mujer más tarde será la madre de su hijo Will, aquel que de niño gozaba de las fantasiosas historias de su padre, aquel que pedía más y el que repetía los cuentos en rondas de niños. Aquel, que cuando la responsabilidad de la oficina, el casamiento y la conciencia de un hijo venidero, lo vuelven más terrenal, y como muchos de nosotros, relega la fantasía para otros. Aquello lo distancia de su padre: Will no le perdona la fantasía. Sólo entenderá luego, que las elecciones no son de tiempo completo. ¡Y cuánto nos serviría esto a nosotros! Fantasía o realidad, ¿una de dos? ¿A veces no es bello seguir creyendo en el Hombre de la bolsa, en que hay efectivamente un Superman camuflado en la redacción de un diario, o en la existencia de las bellas sirenas? Adoptando una actitud filosófica, debería decir que lo mejor es abandonar esas ficciones, pues ¿qué otra cosa busca la Filosofía que aquello que llamamos Verdad? Pero podemos tomar otra posición. Por suerte, la vida no siempre es pura Filosofía. En “Matrix” (la primera, y podríamos decir, la única) el aparente villano sabiamente plantea que prefiere el sabor de un bife a punto, que la asquerosa pasta blanca que comían, a pesar de saber que la carne no es real y que solamente es parte de la binaria programación de la gran matriz. Antes de seguir, veamos un poco lo que en Filosofía se llama “La alegoría de la caverna” de Platón: Básicamente lo que esto cuenta, es la situación de unos cuantos hombres encadenados en una cueva, con un fuego detrás de ellos que refleja en las paredes las sombras de los objetos existentes y verdaderos. Ellos, por conocer sólo aquello, creen que las sombras son la realidad. Salir al mundo real los encandilaría. El trabajo del filósofo sería paulatinamente guiarlos en busca de esa verdad. Creo que esto forma parte de una elección. Una de nuestras más fuertes y complicadas decisiones de vida. “El Gran Pez” nos muestra una opción muy interesante: Bloom sabía de las sombras, y sabía del fuego a sus espaldas. Pero él tenía el poder por sobre el fuego, él decidía cuando encenderlo y cuando sofocarlo. Su hijo, su esposa, estrellas guías que persiguió, fueron siempre reales. Lo demás fue un condimento. Un gran condimento. Bloom era un tipo que sacaba a todos de sus cavernas. No encandilando. No poniéndose en un rango superior a nadie. Sino con-jugando. ¿Qué otra cosa hace el Cine, sino algo similar a lo que Edward Bloom hacía?: Contar un mundo distinto, y no mentirle a nadie. Vean “El Gran Pez” y luego intenten dejar apretado el botón del ascensor mientras suben en él. Quizá lleguen más rápido a casa.
Uriel Bederman
una pequeña explicacion de la pelicula el gran pez una de las mejores de tim burton !!!que toco muchos corazones sobre todo el mio
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explicacion sacada de una pagina web